domingo, 1 de julio de 2018

Más allá del viaje de los 30

Hacia los 25, empezamos a ahorrar para hacer un super viaje a los 30. Abrimos una cuenta común y decidimos el importe que ingresaríamos cada una al mes. 

Era divertido imaginárnoslo. Iríamos a algún sitio en el Caribe, a un hotel de esos de pulserita para que aquello nos pareciera un paraíso completo. Alguna vez, hasta fuimos más allá y estuvimos riendo con ganas pensando en lo que haría cada una. 

La primera en bajar a la piscina sería I, cuando las hamacas aún estuvieran sin colocar y totalmente ansiosa por aprovechar el mínimo rayo de sol que se paseara por allí. Porque ella sabe que madrugar es de sabios y que quedándote en la cama no te enteras de nada. Para cuando apareciera el resto, sabíamos que estaría controlada cuál era la ubicación solar perfecta y más de un chascarrillo de nuestros vecinnos. Lo más probable es que la siguiente en aparecer sería S, con algo sueño y algo de resaca, porque la víspera se habría colado en la fiesta alternativa de los trabajadores del hotel (muy rollo Do you love me? en Dirty Dancing). Se desperezaría no sin esfuerzo, pero con cierta rapidez por miedo a perderse la mínima emoción del nuevo día y con la mente puesta en hacerse amiga del nuevo profesor de aquagym, porque estaba claro que era la mejor pareja de baile posible para la siguiente noche, y de retomar conversación con los camareros del chiringuito (aún teniendo pulserita, toda invitación extra era bienvenida). No mucho más tarde, pero con otros fines totalmente diferentes, aparecería X, con todos los mapas que hubiera encontrado de la zona, con los apuntes del Lonely Planet y el horario de los autobuses colindantes, pensando en todas la artimañas que necesitaría esta vez para juntar y organizar bien a todo el rebaño. Porque nosotras nos desmadramos y ella nos ordena. Quiero pensar que la siguiente sería yo, bien desayunada, con un par de libros bajo el brazo, pasando bastante de la ubicación solar perfecta de I y en cambio, buscando la sombra más fresquita de los alrededores. Puede que S me hiciera ojitos para que me fijara en el profesor de aquagym (moción que I apoyaría completamente y cosa que yo haría con tanto disimulo que apenas podría fijarme ni en el color de su pelo) y que X, viniera a donde mí con todo su entusiasmo porque sabría que si me tumbaba, sería su hueso más duro de roer. Cuando todas estuviéramos acomodadas, aparecería Z, bien protegida con crema solar, gafas, gorro, repelente de mosquitos y hasta una pashmina. Con algún artículo literario de los suyos para corregir, se sentaría a mí lado y le diría a X que iba a aprovechar un poco para adelantar el trabajo mientras decidiéramos a dónde íbamos a ir a pasar el "día", aunque ya fueran las 12:30 o así. Y por último, cuando ya fuera la hora de irnos a comer, llegaría A, perfectamente preparada y acicalada, cor la crema bien dada, las planchas hechas y con un maxi-bolso que contuviera todo lo "por si acaso" que una pueda necesitar. Nosotras, le empezaríamos a vacilar por lo mucho que había tardado y por lo arreglada que iba y ella soltaría un "Oyee" antes de darnos un beso a cada una con la mejor de sus sonrisas. 

Era como si ya lo hubiéramos vivido antes de ir. 

Pero luego empezaron a llegar los niños y sobre todo las niñas. Empezamos a tener agendas cada vez más apretadas, quehaceres varios y trabajos más absorbentes. Y lo que iba a ser el viaje de nuestras vidas se quedó en un fin de semana muy bien aprovechado en Madrid. 


Hace unas semanas, a X le dio por mirar cuánto dinero teníamos en esa cuenta común y nos comunicó que aún había un dineral. Aprovechando de S está por aquí (porque al final se nos fue a vivir demasiado lejos), decidimos organizar un día para nosotras con nuestro nuevo plan favorito: Scape Room + una buena comida. 

Del Scape Room no conseguimos salir, por poco, pero el chico que lo llevaba nos dijo que lo habíamos hecho muy bien, que se nos veía muy compenetradas. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario