sábado, 4 de agosto de 2018

Miedo sobre miedo

Siempre había pensado que lo de ir con miedo por la calle cuando fuera sola de noche se me pasaría una vez alcanzada la treintena. Porque según mi instinto de supervivencia, yo dejaría de estar en mis mejores años, con lo que estaría fuera del target de los violadores y acosadores como quien está fuera del sorteo de los Juegos del Hambre. Vamos, que les pasaría el marrón a la siguiente generación como un rito del que todas tenemos que pasar, no sin dudar si el miedo que yo sentía estaba justificado o infundado por las noticias alarmistas de los telediarios.

Cada noche al bajar del autobús, mismo recorrido estudiado al milímetro: mismo lado de la acera, mismo paso de cebra para pasar al otro lado que ahora es allí donde hay menos callejones colindantes y mismas conversaciones telefónicas inventadas por si aquello ayudaba a repeler a alguno con la idea torcida. Todo esto viviendo en la plaza del pueblo y considerando que mi recorrido tenía un nivel de dificultad bastante bajo. Hasta tres paradas de autobús diferentes llegué a probar a lo largo de los años. 

Luego me mudé, cambié de recorrido estudiado, tuve un susto de los gordos en una parada de bus a las afueras, del que creo que me libré por empezar a hablar de mi móvil apagado sin batería. Seguí probando otros recorridos, mucho más largos pero mejor iluminados, hasta que decidí que ya no salía tanto y que cuando lo hiciera iba a volver a casa en taxi como una reina. 

Hace unos años, me vine a vivir a una de las calles más céntricas de Donostia y aunque los años no perdonan y cada vez salga menos de noche, no me puedo quitar de la cabeza la idea de que me estoy mal acostumbrando a vivir en un sitio tan "seguro". 

Últimamente, el tema de nuestro empoderamiento feminista nos ha dado seguridad para plantearnos aquellas cosas que siempre hemos dudado que estuvieran bien, de alzar la voz y decirlas, por muy incómodo que se lo parezca a alguno. Y en estas conversaciones, siempre me apena la sensación de que la lucha a la igualdad es solo nuestra, que la mayoría de las voces masculinas, bien con su silencio o bien con sus justificaciones, deciden no demarcarse de su propia manada de amigos o conocidos. Porque si la gran mayoría de nosotras hemos sufrido al menos algún caso de acoso, la gran mayoría de vosotros habéis tenido que presenciar o tener noticias de algún amigo o conocido que lo haya perpetrado. No voy a entrar en detalles, las variaciones son múltiples.


En cambio, lo que más he escuchado es ese miedo a ser denunciados ahora y el linchamiento público al que se verían sometidos si a alguna se les cruza y les pone una denuncia falsa. Ja. Porque eso es lo que hacemos todas. Después de liarnos maravillosamente con un tío, en vez de querer repetir, solemos estornudar, nos convertimos en la Launch rubia de Dragon Ball y decidimos que queremos denunciar al susodicho que ha osado ponernos la mano encima. Qué maravillosa posición aquella de dar por hecho que todo lo que te apetecía también se lo apetecía a la otra persona. Y por dejarlo claro, sólo el 0.08% de las denuncias por violencia machista es falsa. No he encontrado datos de acoso y violación pero tampoco creo que haya una diferencia abismal. 

Pero dejando de lado este miedo que ahora os ha entrado de saberos, simplemente, cuestionados, lo segundo que más he escuchado es que exageramos, que no estamos tan mal. Que en nuestro día a día no tenemos tantas desigualdades ni razones por las que ir con miedo a casa. Porque aquí, nunca pasa nada. 

Bien, pues la madrugada del viernes, hacia las 2:00, una muy amiga mía iba por el centro de Donostia hacia casa cuando tuvo la sensación de que alguien la estaba siguiendo. Creyó que era paranoia suya, cambió de acera varias veces y al mirar hacia atrás se dio cuenta que el tipo estaba cada vez más cerca. Sacó el móvil empezó a llamar otro amigo y en ese momento el tipo se le acercó y le ofreció la Coca-Cola que estaba bebiendo. Le contestó que no y mi amiga sintió terror. Se olvidó del móvil que estaba dando tono y se dio cuenta que no estaba paranoica, que sí pasaba algo y que igual no llegaba a casa. Alzó la vista y vio un grupo de gente a una manzana de distancia y empezó a correr hacia ellos. El tipo corrió detrás suyo, se le abalanzó y con las dos manos le agarró el culo. Ella se dio la vuelta, le gritó y le insultó mientras él sonreía. Entonces el grupo de gente la escuchó, empezó a ir hacia ella y él se fue. Fue este grupo de amigos el que la consoló, le dieron el abrazo que necesitaba en aquel momento y la acompañaron hasta casa. Una vez dentro, llamó a la policía, que la escucharon muy amablemente y lo denunció. 

Ayer nos lo contó con aún el miedo en la voz, pensando qué hubiera pasado si ese grupo de personas no hubiera estado justo allí en aquel momento, y su miedo se hizo nuestro. Legitimó el que ya teníamos. Me recordó que aún viviendo en pleno centro, en una calle llena de farolas y tráfico ininterrumpido, aún teniendo ya más de 30 años, no me puedo relajar y tengo que volver a casa, cada noche, con miedo.

Escuchándola me acordé de aquellos que me han solido decir que exageramos y me cabreé con ellos. Mucho. Sobre todo porque sé que ellos nunca harían algo así y aún y todo no se desmarcan de la manada. Porque esa comunidad que han creado sólo se romperá con voces individuales que vayan saliendo de ella. Voces, que acepten la seguridad y la posición de superioridad que les ha otorgado la sociedad y bajen hasta la entreplanta que hay que crear entre todos para convivir en una sociedad más igualitaria. Voces que acepten nuestro miedo, ni siquiera necesitamos que lo compartan, simplemente que lo entiendan, que será el primer paso para que algún día no tenga que haber una generación que pase por esos Juegos del Hambre. 



domingo, 8 de julio de 2018

Volver o no

Se me acaba de ocurrir mientras leía un tweet de alguien que decía estar leyendo Middlesex de Jeffrey Eugenides y que le estaba pareciendo grandiosa. He sonreído y he sentido envidia. Porque a mí Middlesex me dejó con la boca abierta y gracias a mi cada vez más endeble memoria literaria, creo que aunque no fuera tan apoteósica como la primera vez, disfrutaría de una segunda lectura, mucho. 

Se me ha ocurrido que podría planificar el 2019 como el año de releer libros que me maravillaron y que siempre he querido volver a leer pero nunca lo he hecho porque no consigo que la pila de libros nuevos pendientes baje de las veinte unidades. Me he puesto a pensar en qué títulos contendría mi año revival y con cada título nuevo, me he empezado a ilusionar más y más. Middlesex, por supuesto, Expiación, Jane Eyre, Canciones de amor a quemarropa, Americanah, alguna de Trueba, puede que Cuatro Amigos o la reciente Tierra de Campos... quizá no necesitaría ni un año entero... El amor en los tiempos del cólera... a ver que piense en alguno más... porque quizá puede ser una enseñanza, volver a disfrutar de lo que ya hemos poseído, regodearnos en nuestra euforia en vez de seguir buscando incansablemente algo que nos llegue a emocionar de la misma manera. Acabar un poco con esa insatisfacción continua en la que vivimos, en querer terminar cuando antes el libro que tenemos entre manos porque en la mesilla ya hay otro esperando. Olvidando por completo que hubo un día en el que el libro actual era en ansiado. 


En esas andaba cuando... "En Comala comprendí, que al lugar donde has sido feliz, no debieras tratar de volver...", la voz de Sabina susurrándome al oído como mi particular Dios omnipresente. Esa frase que me viene a la mente cada vez que hurgo demasiado en mi nostalgia y aunque al primer momento siempre dudo de su veracidad, termino rindiéndome ante la evidencia de que Sabina más que yo al menos ha vivido, que algo sabrá sobre estos temas.

Y me entra el miedo de si no pondré mi vida en stand by al volver a aquellas lecturas pasadas. 

domingo, 1 de julio de 2018

Más allá del viaje de los 30

Hacia los 25, empezamos a ahorrar para hacer un super viaje a los 30. Abrimos una cuenta común y decidimos el importe que ingresaríamos cada una al mes. 

Era divertido imaginárnoslo. Iríamos a algún sitio en el Caribe, a un hotel de esos de pulserita para que aquello nos pareciera un paraíso completo. Alguna vez, hasta fuimos más allá y estuvimos riendo con ganas pensando en lo que haría cada una. 

La primera en bajar a la piscina sería I, cuando las hamacas aún estuvieran sin colocar y totalmente ansiosa por aprovechar el mínimo rayo de sol que se paseara por allí. Porque ella sabe que madrugar es de sabios y que quedándote en la cama no te enteras de nada. Para cuando apareciera el resto, sabíamos que estaría controlada cuál era la ubicación solar perfecta y más de un chascarrillo de nuestros vecinnos. Lo más probable es que la siguiente en aparecer sería S, con algo sueño y algo de resaca, porque la víspera se habría colado en la fiesta alternativa de los trabajadores del hotel (muy rollo Do you love me? en Dirty Dancing). Se desperezaría no sin esfuerzo, pero con cierta rapidez por miedo a perderse la mínima emoción del nuevo día y con la mente puesta en hacerse amiga del nuevo profesor de aquagym, porque estaba claro que era la mejor pareja de baile posible para la siguiente noche, y de retomar conversación con los camareros del chiringuito (aún teniendo pulserita, toda invitación extra era bienvenida). No mucho más tarde, pero con otros fines totalmente diferentes, aparecería X, con todos los mapas que hubiera encontrado de la zona, con los apuntes del Lonely Planet y el horario de los autobuses colindantes, pensando en todas la artimañas que necesitaría esta vez para juntar y organizar bien a todo el rebaño. Porque nosotras nos desmadramos y ella nos ordena. Quiero pensar que la siguiente sería yo, bien desayunada, con un par de libros bajo el brazo, pasando bastante de la ubicación solar perfecta de I y en cambio, buscando la sombra más fresquita de los alrededores. Puede que S me hiciera ojitos para que me fijara en el profesor de aquagym (moción que I apoyaría completamente y cosa que yo haría con tanto disimulo que apenas podría fijarme ni en el color de su pelo) y que X, viniera a donde mí con todo su entusiasmo porque sabría que si me tumbaba, sería su hueso más duro de roer. Cuando todas estuviéramos acomodadas, aparecería Z, bien protegida con crema solar, gafas, gorro, repelente de mosquitos y hasta una pashmina. Con algún artículo literario de los suyos para corregir, se sentaría a mí lado y le diría a X que iba a aprovechar un poco para adelantar el trabajo mientras decidiéramos a dónde íbamos a ir a pasar el "día", aunque ya fueran las 12:30 o así. Y por último, cuando ya fuera la hora de irnos a comer, llegaría A, perfectamente preparada y acicalada, cor la crema bien dada, las planchas hechas y con un maxi-bolso que contuviera todo lo "por si acaso" que una pueda necesitar. Nosotras, le empezaríamos a vacilar por lo mucho que había tardado y por lo arreglada que iba y ella soltaría un "Oyee" antes de darnos un beso a cada una con la mejor de sus sonrisas. 

Era como si ya lo hubiéramos vivido antes de ir. 

Pero luego empezaron a llegar los niños y sobre todo las niñas. Empezamos a tener agendas cada vez más apretadas, quehaceres varios y trabajos más absorbentes. Y lo que iba a ser el viaje de nuestras vidas se quedó en un fin de semana muy bien aprovechado en Madrid. 


Hace unas semanas, a X le dio por mirar cuánto dinero teníamos en esa cuenta común y nos comunicó que aún había un dineral. Aprovechando de S está por aquí (porque al final se nos fue a vivir demasiado lejos), decidimos organizar un día para nosotras con nuestro nuevo plan favorito: Scape Room + una buena comida. 

Del Scape Room no conseguimos salir, por poco, pero el chico que lo llevaba nos dijo que lo habíamos hecho muy bien, que se nos veía muy compenetradas. 

lunes, 11 de junio de 2018

Hagamos el verano

Dicen que no va a haber verano. Que no va a hacer tres días seguidos buenos, aunque también te digo que ahora mismo firmo alternar dos buenos con uno malo. Dicen, los de las témporas, el pastor de Gorbea que anda pululando por WhatsApp y supongo que Pello Zabala de dará la razón, que va a ser horroroso, depresivo. Como si el hecho de que desde noviembre hayamos tenido apenas doce días de sol no nos tenga ya al borde del abismo, en guerra permanente con nosotros mismos por conservar el optimismo. 

Y mira que no soy de calor. Que cada año pienso que este año sí, que me pondré morena como lo hacía de pequeña pero luego hace ya tiempo que decidí que lo mío era más una buena sombra. Supongo que esta poca paciencia para aguantar el calor lo agradecerá mi piel dentro de diez años. 

Aunque qué ganas de un subidón de Vitamina D. De un colocón. De esa tonta euforia que sientes al llegar a casa después de haber pasado el día en la playa, y te duchas, y te metes a la cama con el pelo aún húmedo porque qué más da.


Pero desde este pequeño rincón, quiero hacer un llamamiento a la poca ilusión que nos queda y que pensemos que crear el verano siempre puede estar en nuestras manos. Un poco lo de Mahoma y la montaña pero con alegría y nubes negras. 

Pensemos que verano es ese perfume que ya te huele a víspera de San Juan y a bailar como loca en alguna verbena de pueblo. Es meterte a la cama con un capítulo de Mad Men y la ventana abierta, y quedarte dormida mientras Don Draper hace de las suyas y Joan Holloway no levanta la voz. Por mi parte hasta pienso ver un capítulo de Game of Thrones cada lunes. Verano es dejar los brunches para otro día y tomarte un vino blanco con las amigas en esa calle que los domingos es peatonal. Un vino, o dos. O tres. Y luego un bocata ya que estamos. Verano es ponerte las gafas de sol al mínimo rayo, o hasta con resol, al pelo alborotado secado al viento siempre le quedaron especialmente bien. Verano es seguir el Mundial, tragarte un Ingleterra-Bélgica en primera ronda sin saber quién quieres que gane exactamente, porque lo que importa son las cervezas, los cacahuetes y ese amigo que tiene todas las porras hechas. Que ojo con Bélgica este año. Verano es salir de trabajar y ver atardecer, quién sabe si el año que viene seguiremos a la orilla del mar. Verano es leer ese libro que te da cierta vergüenza sacar en Instagram, que el resto del año eres muy de leer Zweig y esos libros que recomiendan todas tus twitteras de confianza pero qué gusto es coger una de esas novelas de amoríos y tragártela en dos días con el piloto automático. Verano es cogerte el chubasquero por si acaso e ir a la playa a ver algún concierto del Jazzaldia. Verano es escuchar Plage de Crystal Fighters y pensar que cómo no han hecho un anuncio de cerveza aún con esa canción. ¿O ya lo hicieron? ¿O era de otra cosa? Verano es echarte la siesta resacosa con la etapa del Tour de fondo, porque esa siesta es la mejor del año. Verano es acercarte a las fiestas del puerto y ver a quienes no has visto desde el verano anterior. Verano pueden ser todas las aventuras que tú quieras.

Pongámonos moñas y hagamos de nuestro verano un state of mind de esos, que habrá más horas de luz seguro y las noches serán cortas y merecedoras de aprovecharlas al máximo. 

domingo, 1 de abril de 2018

Todo al amarillo

1. @voguejapan
2. Jeffrey Campbell
4. Free People
5. Pinterest
6. Pinterest
7. @urbanoutfitters


Leyendo el libro Cómo ser mujer de Caitlin Moran, de todo lo que decía lo que más se grabó en mi mente fue el consejo de tener un par de zapatos amarillos en el armario porque de manera sorprendente, combinan con todo. Una vez se lo comenté a mi hermana y me dijo a ver si no había visto a Moran, a ver si en serio me iba a fiar de un consejo estilístico salido de su boca. Pero yo llevo tiempo dándole vueltas y creo que esta primera me lanzo a ello. 

lunes, 5 de marzo de 2018

Sobre los Oscar de anoche

Ayer me quedé despierta hasta las seis de la mañana de hoy. Por mucho que llevara dos noches con el sueño cortado (ya se sabe que a estas edades como te desmelenes un poco al día siguiente lo pagas caro), me pareció que a mi yo de quince años se lo debía. Porque hubo una época de mi vida, que la noche de los Oscar me parecía una de las más transcendentales del año y a la mañana siguiente me despertaba antes de la hora prevista con una ilusión mayor que si hubieran venido los Reyes para conocer cuales habían sido los ganadores. Creo recordar que antes la gala sería un poco más tarde, porque hacía las 07:25, solía anunciar el directo por la radio cuál había sido la película ganadora y me encantaba esa sensación de simultaneidad con cambio horario incluido.

Siempre soñé con poder ver la gala en directo, pero en casa no teníamos Canal+ y esto de internet apenas existía por aquel entonces. Recuerdo que soñaba con que algún año coincidiera con Carnavales, porque entonces se daría el caso de que me podría quedar en casa de mi tía en Tolosa a dormir y alegar algún malestar descompasado para que ¡ups!, no salir de fiesta y pasarme la noche delante de la televisión. Porque sí, ellas sí tenían Canal+. 

Desde entonces, lunes de universidad o lunes trabajando, y no sé si alguna vez lo he comentado pero soy bastante mala persona cuando tengo sueño por lo que nunca me había permitido el gusto. Pero este año tocaba que el lunes tenía fiesta y que además había hecho los deberes viendo casi todas las películas por lo que tenía que hacerlo, igual que una vez pisé la ruta 66, tenía que ver la gala de los Oscar en directo por una vez en la vida.

Y digo una vez en la vida porque no creo que se repita. Tampoco es que me aburriera, de hecho se me hizo bastante amena entre la alfombra roja de People y la retransmisión de Movistal+ (quitando algún que otro comentario innecesario e inapropiado de estos últimos), pero será que se me chafó todo con la película ganadora porque qué sueño y qué mal cuerpo tengo hoy. 

Como he dicho, había hecho los deberes, tenía mis favoritas y entre todas se alzaba Three Billboards Outside Ebbing, Missouri. Por no hablar de que por muy bien que me caiga Guillermo del Toro, su hombre anfibio me aburrió tanto que me pasé al última hora en el cine mirando al reloj todo el rato. Si hubiera tenido al simpático de Guillermo al lado, hubiera sido la pesada del ¿cuánto falta? cada cinco minutos. Pero muy a mi pesar tenía la corazonada de que iba a ganar, tengo testigos.

Pero vayamos por partes, aunque tampoco es que tenga nada más que discutir sobre el resto de los premios. Con los técnicos no me meto porque sinceramente, poca idea puedo tener si el sonido de Dunkirk estaba bien mezclado o no. Sólo diré que lo mejor de Blade Runner 2049 me pareció su fotografía por lo que estoy encantada de que Roger Deakins se llevara el premio. Y teniendo en cuenta que Coco me parece la mejor película del año, daba por sentado que ganaría en las dos que optaba por lo que casi ni aplaudí al escuchar los nombres. 

También estoy encantada con las cuatro interpretaciones, con cierta pena de que la Tonya Harding de Margot Robbie hay tenido que coincidir con ese portento de Mildred Hayes de Frances McDormand, porque si no, me hubiera hecho ilusión que el trabajazo de Robbie se hubiera visto reconocido. ¿Qué Gary Oldman nunca había ganado un Oscar? Así es, por lo que todo correcto, que Daniel Day Lewis ya se llevo uno inmerecido por Lincoln el año que competía con Joaquin Phoenix por The Master (puede que esta fuera la mayor indignación que tenía hasta ahora) y me pondré condescendiente diciendo que Timothée Chalamet tiene años por delante para hacerse con uno. Ante los dos premios de interpretaciones secundarias, solo me queda quitarme el sombrero, levantarme y aplaudir.


El año pasado el susto fue tremendo cuando La La Land no se hizo con la estatuilla a la Mejor Película. Amo La La Land de una manera sobre humana, pero hubo una parte de mí que se alegró de que premiaran Moonlight y todo lo que ello conllevaba, por mucho que La La Land me pareciera una película mucho más redonda e inolvidable. Pero este año no lo entiendo y cuanto más tiempo pasa, más me estoy indignando. La Forma del Agua me parece tan poco original, tan vista, tan previsible y tan ñoña (y lo dice la reina pastelera), que hasta su preciosa estética en tonos verdes (tan Amelie, por cierto), queda totalmente deslucida. Y por el contrario, Three Billboards Outside Ebbing, Missouri me perece que consigue cosas tan difíciles como enseñarnos todos los matices que puede haber entre el bien y el mal o hacernos reír con un cúmulo de desgracias en el hilo narrativo y sin caer en la desfachatez, que me parece una película tan necesaria como admirable. Pero supongo que será cuestión de gustos y que al que no lo ve, no lo convenceré yo. 

Pero dejando el cabreo de lado, diré que me encantó el vestido de Nichole Kidman, el traje de Armie Hammer y James Ivory y su camisa, que me enamoré una vez más de Jane Fonda y Helen Mirren (en serio, ¿cuál es número de Lucifer para envejecer así?), que he visto el speech de Frances McDormand como cinco veces y que he llorado en todas, que a Jimmy Kimmel le damos un notable y que qué maravilla de parejas las formadas por Maya Rudolph y Paul Thomas Anderson y Phoebe Waller-Bridge y Martin McDonagh. 


Y sobre todo diré que realmente parece que las cosas están cambiando, que parece que estamos avanzando hacia una sociedad más reivindicativa, más igualitaria y más inclusiva, y que a mí todo esto me emociona mucho

Por cierto, el jueves, 8 de marzo, nosotras paramos

domingo, 25 de febrero de 2018

El día que fui la única chica en levantar el brazo

De todo lo que he hecho en la vida, de lo que más orgullosa me siento es de aquella vez que quedé campeona de mus de mi Ikastola (bueno de toda la Ikastola tampoco pero me sirvió igual). No lo hice sola, tuve de pareja a uno de mis mejores amigos de la infancia que aún hoy aparece en la tienda para que nos vayamos a andar mientras le damos al pico y arreglamos el mundo. Pero aquella vez fue la suerte la que nos puso juntos. 

Los 3 de diciembre, San Francisco Javier, se celebra el día del euskara y en nuestra Ikastola siempre era un día esperado porque había juegos y competiciones entre clases. Aquel campeonato de mus fue uno de los juegos del año que estábamos en primero de bachiller, ¿o era tercero de la ESO? Recuerdo que nos tocaba jugar contra los mayores. Mi épica personal empezó cuando dijeron que levantáramos la mano quienes quisiéramos representar a nuestra clase y me vi como la única chica que quería hacerlo. Había levantadas unos doce brazos masculinos y el mío. En ese momento ya tuve que escuchar algunos (varios, demasiados) “buah, Marzol, ¿pero tú qué sabes?”, a los que no recuerdo haber respondido con algo más que unos ojos en blanco. No sé si en mi vida he tenido más suerte que aquel día, porque no sólo me tocó a mí en el sorteo, es que el azar quiso que el otro elegido fuera mi amigo, uno de los muy pocos que no me había increpado (quiero pensar que tampoco se le había pasado por la cabeza) y sin duda, con el que más me apetecía formar pareja.

Los días siguientes al sorteo y previos al gran día, tuve más comentarios sobre la poca confianza que tenían en mis facultades por el mero hecho de ser una chica, aunque lejos de sentirme mal, cada comentario me llenaba más de cierto espíritu muy rollo Xena la princesa guerrera. Ahora hubiera sido Aria o la madre de dragones la que me hubieran venido a la mente pero entonces, con Xena íbamos que chutábamos.

Y llegó el día, y ganamos. Apenas dos partidas pero ganamos. Primero contra los de un año mayor que aquello me pareció increíble y luego contra los de la otra clase de nuestro mismo curso. Recuerdo que me entendía de maravilla con mi pareja (siempre lo hemos hecho), cosa que favoreció muchísimo a nuestras victorias y recuerdo también estar rodeada por aquellos chicos que no daban un duro por mí, mientras juzgaban cada una de mis jugadas. Oh, sí, la sonrisa que les dediqué a cada uno de ellos cuando me levanté una vez conseguida la victoria, diría que ha sido la más satisfactoria de toda mi vida. Hala, ahora vas y me dices algo.

El otro día fui a ver The Post, con eso de que este año me he puesto las pilas con el cine y los nominados a los Oscar y que me reconcilié con Spielberg y Hanks en El puente de los espías, lo cogí con ganas. Y la película bastante bien, y Streep maravillosa, as always, en el papel de la gran Katharine Graham, rodeada de hombres y haciéndoles callar sin levantar la voz. Esas reuniones en donde la cámara pasa por cada hombre en la sala hasta llegar a ella, la llegada a Wall Street y la escena final cuando sale del juzgado, que dicen tanto con el mínimo discurso. Me hizo recordar también ese gran personaje de Philipp Meyer en El hijo, Jeannie McCullough, heredera de un imperio petrolero y alzando la cabeza en los ¿años 60? en otro entorno totalmente dominado por hombres.

Fuente: Vogue

Estoy lejos de querer compararme con tantas y tantas mujeres que han conseguido que nosotras hoy podamos aspirar a más o menos lo que queramos, pero me gusta pensar que por cada vez que he levantado el brazo cuando era la única chica, ha servido para que alguien cambie un poco su visión de este mundo y podamos luchar todos juntos por un mundo en el que no haya una niña (ni un niño) que no pueda vivir como quiera.