lunes, 7 de julio de 2014

El incidente del bicho-bola

El otro día, estando de vacaciones en la piscina del apartamento, miré al suelo desde la altura de mi tumbona y vi paseando un bicho-bola. Supongo que no es necesario explicar lo que es un bicho-bola. Hacía mucho que no veía uno, de hecho, hace poco estuve pensando justo en eso, en cuánto hacía que no me encontraba con un mini-ser de esos.

Hará como 25 años, los bichos-bola eran el pan nuestro de cada día, un juguete más en el recreo, algo divertídisimo con lo que pasar el rato. Escarbabas un poco en la tierra, dabas con esa zona en la que se movían a sus anchas y atacabas sin piedad con el índice por delante. Igual que si hicieras magia o tuvieras poderes láser en la punta del dedo, los tocabas y se hacían bola. A veces hasta te recreabas con ganas cogiéndolos en la mano o amasándolos con los dedos como si realmente necesitaran ayuda para convertirse en esas pequeñas canicas.

Pero el otro día, a parte de mirarlo con nostalgia, no hice nada más mientras se iba acercando a un ritmo ininterrumpido. De hecho me di cuenta de que me daba bastante asquito tocarlo, incluso hasta miedo, como si desde mi infancia hubieran mutado y ahora fueran capaces de tener una mandíbula llena de dientes afilados que triplicara su tamaño. Hasta un miedo aún más irracional en el que me imaginaba que si hiciera algo para enfadarlo se convertiría en una especie de bicho-godzilla-bola.

Llegado a este punto decidí que no podía seguir así y después de mentalizarme me armé de mucho valor y con más incertidumbre que en el pasado, alargué mi dedo índice con intención de tocarlo, como si aquel gesto fuera una manera de afrontar la vida con valentía. Pasó todo tan rápido que no sé ni si llegué a tocarlo. Acerqué el dedo con más temor que otra cosa y en cuanto sentí algo extraño (puede que fuera un soplo de aire), instintivamente eché el brazo hacia atrás con tal fuerza que casi me disloco en hombro. El pobre animal reaccionó con la misma rapidez y en un visto y no visto se hizo bola. Allí me quedé, leyendo mi libro con el bicho-bola mimetizado al lado como animal de compañía. De vez en cuando desviaba la mirada para comprobar si había vuelto a su ser pero nada. Debió de tocarme un bicho-bola igual de miedica que yo porque el pobre se pasó un buen rato escorado. Al final, se desemboló, giró su rumbo 180º y volvió por donde había venido. Y aunque me dio algo de penita en bichillo y me sentí mal por haber utilizado mi poder abusivo sobre él, también me alegré por haber superado mi miedo irracional con valentía.


Desde entonces, no dejo de preguntarme cuántas otras cosas no haré por miedos tan ridículos como éste.


Besos!

2 comentarios:

  1. Jjajajajja pobres bichos bola!! Lo mal que les habremos hecho pasar!!!

    No te lo vas a creer pero hoy he soñado que veía un bicho bola y corría a jugar con el! jajaja

    Que cosas...

    Ayer vi a tu Michael en la formula 1 jeje

    Un besote!!!!!

    ResponderEliminar
  2. Aupa Maia!

    Jajaj...

    Mx,

    Irune

    ResponderEliminar